RIP, récord del Poggio
El meteórico estado de forma de Roglič y Pogačar augura una subida rapidísima al Poggio, la colina que no se inmuta ante ningún corredor desde 1995
El 18 de marzo de 1995, Laurent Jalabert y Maurizio Fondriest ascendieron el Poggio di Sanremo en cinco minutos y cuarentaiséis segundos (5'46"). Hicieron historia, quizá sin saberlo. Jalabert y Fondriest fijaron entonces uno de los récords más sempiternos del ciclismo contemporáneo. Nadie había ascendido la pequeña colina tan rápido como ellos y nadie lo ha hecho desde entonces. Durante décadas, su marca pareció un tótem del pasado, una leyenda concebida entre las brumas psicotrópicas y farmacológicas de los años noventa, tan pródigos a la gesta.
Ya no.
El récord del Poggio es hoy tangible, al alcance de la mano de un puñado de ciclistas. Se trata de algo extraordinario. Jalabert y Fondriest rompieron la serie estadística del Poggio. Hasta entonces nadie lo había ascendido en menos de 6'. Cuando doblaron la cabina telefónica que marca el fin de la ascensión, la pareja franco-italiana había pedaleado a 38,5 km/h, una velocidad difícil de sostener para cualquier cicloturista en ante un llano. Es cierto que el Poggio es muy suave (3,7 km al 3,9%), pero a ningún corredor se le había ocurrido subirlo tan rápido.
Lejos quedaban los 7'08" de Raas y Willems en 1979 (31,12 km/h) o los 6'48" de Fignon en 1989 (32,65 km/h). Lo llamativo del récord no estriba en la lejanía de las marcas anteriores, algo comprensible si atendemos a la lógica progresiva del deporte, sino en lo sucedido durante los veinte años posteriores: sólo en dos ocasiones (1998, Elli; y 2000, Rebellin, Van Petegem y Tchiml) se ascendería en menos de 6'. Jalabert y Fondriest habían congelado al ciclismo en el tiempo. Los años se amontonarían, las preparaciones físicas se afinarían, los materiales se aligerarían. El ciclismo avanzaría, sus 5'46" no.
Las dos primeras décadas del siglo XXI, de hecho, ralentizarían el ritmo del pelotón a su paso por el Poggio. Sólo Gilbert en 2008 y Pozzato en 2009 se acercarían al legendario umbral de los 6', en ambos casos sin mayores réditos en meta. Tan larga contemporización contribuyó al éxito de los velocistas, grandes dominadores de la época. Nombres como Zabel o Freire se alzarían con cuatro y tres ediciones cada uno. Otros como Cipollini, Kristoff, Cavendish, Degenkolb o Démare aprovecharían el férreo control impuesto por sus equipos para engalanar su palmarés. Sólo las incursiones puntuales de hombres como el Pozzato, Bettini o Cancellara romperían su lógica.
Pero siempre por debajo de los 6'. Hasta que llegó Alaphilippe.
El francés protagonizó en 2017 la ascensión al Poggio más rápida desde 1995. Lo hizo acompañado de Sagan y Kwiatkowski, dos ciclistas en el momento más dulce de su carrera. Coronaron tras 5'55" de esfuerzo y llegaron a Vía Roma con el suficiente colchón como para jugarse la victoria. Ganó el polaco, tras un sprint inexplicable de Sagan, un hombre de relación maldita con San Remo. Juntos, los tres, hicieron algo mucho más importante: mostraron al resto del pelotón que San Remo, 300 kilómetros de supuesto tedio, no era una carrera para velocistas.
Había vida más allá del Poggio. Se podía romper el sprint. Sólo se necesitaba a un hombre empeñado en demostrarlo. Este hombre resultaría ser Alaphilippe, mucho más exitoso en sus ataques que Gilbert, Pozzato o Nibali, aquellos que le precedieron durante tantas y tantas temporadas en su relación de amor-odio con el Poggio. Es cierto, un Pozzato magníficamente acompañado por Boonen y un Nibali ya finisecular se hicieron con el triunfo en ediciones puntuales. Pero ninguno acariciaría la victoria con tanta frecuencia como lo ha hecho Alaphilippe en el último lustro.