Cómo pensar a Valverde
En el año de su retirada, una mirada hacia todo lo que el murciano pudo ganar, ganó y no ganó. A las preguntas sin respuesta que deja su carrera
El pasado mes de noviembre Alejandro Valverde anunció algo que, de un modo u otro, ya había anunciado otras temporadas: su retirada. 2022 debería poner fin a una carrera profesional tan larga y polémica como exitosa. De algún modo, el adiós de Valverde se había convertido en un problema filosófico, semiótico. Obtuvimos algunas señales a finales de 2019, cuando su destino quedó aparentemente atado a los Juegos Olímpicos de Tokio. La pandemia complicó la ecuación, prolongando su carrera un año más. Pero sólo un año más: "No seguiré después de 2021".
Siguió. Hasta 2022. Creemos. Debemos suponer.
La montaña de mensajes equívocos e indecisiones funciona, a gran escala, como el resumen de toda una carrera, de toda una vida. Valverde es uno de los tres mejores ciclistas españoles de toda la historia y uno de los veinte mejores ciclistas de todos los tiempos. Punto a punto, cuerpo a cuerpo, la mayoría de clasificaciones históricas le colocan entre los diez primeros. Los aficionados más viejos arquearán una ceja. Los más jóvenes asentirán con entusiasmo. Sea como fuere, su talla es innegable, cualitativa o cuantitativamente.
Pese a ello, hay sombras en la evaluación histórica de Valverde, aunque operen ya en el campo de la hipótesis. Su carrera siempre ha estado preñada de preguntas sin respuesta. ¿Qué hubiera sucedido si el dopaje no hubiera desteñido los mejores años de su juventud? ¿Qué tipo de corredor hubiéramos disfrutado si sus limitaciones tácticas no se hubieran confabulado durante dos décadas con un equipo objetivamente conservador en sus objetivos y tácticas? ¿Qué hubiera conseguido Alejandro Valverde si hubiera nacido en otro punto de Europa y, por ende, no hubiera quedado aprisionado en la prisión obsesiva del Tour?
Tales cuestiones planean siempre sobre los análisis de su carrera. Son inevitables. El aficionado contemporáneo valora las carreras de un día, la campaña flamenca y las competiciones paralelas al Tour de Francia de forma muy distinta al aficionado post-Delgado y post-Indurain, aquel que, por vicio histórico pero también por la fuerza de los triunfos, se prendó de la ronda francesa. Hay una brecha generacional en su interpretación y en las aspiraciones que el aficionado depositó sobre él.